Me pareció que era ella. Es cierto que la vi de perfil y cruzando la avenida con apuro. Pero ese lunar en la nuca sólo puede ser el mismo lunar que alguna vez besé con devoción, hambre y algo demasiado parecido a la desesperación. Después debió operárselo debido a un riesgo cierto de cáncer. Pero eso no es lo principal sino el hecho de haberla visto o creer que la vi esta tarde lluviosa en la avenida, a metros de la plaza donde nos conocimos seis o siete años atrás, en ese tipo de encuentros que parecen predestinados no se sabe por qué pero que a veces ocurren y son una desgracia o una felicidad según se vea. Llevaba una bufanda ancha, con flecos muy largos, que seguramente tejió su abuela, muerta ya, con esa mezcla un poco alocada de colores y puntos ciegos. La manera de caminar moviendo las nalgas apenas, como si tuviera miedo de ser vista, como si quisiera pasar desapercibida en la multitud. A ver. Como si le molestara ser mujer. La vi de perfil, es verdad, y después de atrás pero borrosa. No me animé a seguirla por miedo a equivocarme. Pero para mí era ella. Parecía apurada como tantas otras veces. Algunos detalles no coinciden. El tamaño de sus pechos, por ejemplo, parece ahora amortiguado. Está un poco más alta y no tan delgada como entonces. Lo que vi no me resultó ya familiar. Pero si no era ella andaba cerca. El lunar, muy especialmente, lo dice todo o casi todo.
L.
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