Las estadísticas son engañosas. Dan una imagen del mundo que no explica nada. Muestran la enfermedad pero no ofrecen el remedio. Sumar cuerpos de hombres, mujeres, niños y ancianos eliminados en genocidios, por ejemplo, no ayuda a impedirlos. A ver. Cuatro millones en el Congo, otros cuatro en Camboya, seis millones de judíos en la Alemania de Hitler, un millón de muertos en la Guerra Civil Española, veinte millones de soviéticos caídos en la Segunda Guerra, treinta mil argentinos detenidos-desaparecidos en la Argentina, cien mil o doscientos mil en Colombia, un millón y medio de iraquíes borrados del mapa a manos de las heroicas tropas estadounidenses. Basta ya. Cambian las cifras pero lo principal no cambia. El método estadístico no ayuda. No ayuda para nada. Sumas y restas que en sí mismas no resuelven la cuestión. Habría que investigar las causas. Ni reír ni llorar, decía Spinoza. Entender. ¿Pero acaso es posible dar con la lógica oculta detrás del horror? ¿Existe una ley que de alguna manera ordene las cosas? Puede ser. Puede no ser. Pero el fondo más hondo de todas las masacres sigue velado a la mirada más inocente y también, por qué no, a la más culpable.
L.
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