Buena vida es la de Grusswillis, mi gato gris y blanco. No da clases de nada, no sufre penas de amor o desamor, no debe pagar impuestos ni repuestos, está liberado de leer los diarios y revistas que se publican en la Argentina. Este último dato no es menor. Los que sí leen diarios o ven televisión o escuchan radio enferman rápidamente y mueren jóvenes y ahogados en un pantano de mentiras y brutalidad. Mi gato vive en estado de gracia. Se tiende frente a la estufa aunque esté apagada. La idea-estufa alcanza para darle calor. Raramente se enamora y, cuando le pasa, entiende que el eje de su existencia no pasa por ahí sino por el agua, el alimento y las piedritas. Unos días llueve. Otros días brilla el sol. Para mi gato es igual. Está más allá de todo lo que no importa y más acá, muy cerca, de lo que único que vale en este vida, es decir, la vida misma.
L.
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