Uno llega al mundo para encontrarse continuamente con alguien. Los intentos que se hacen en contrario no resultan. Lo de afuera finalmente entra en nosotros así como lo de adentro finalmente sale. Los encuentros que valen se producen de manera azarosa, por algún desvío inesperado y raramente como fruto de un plan maravillosamente estructurado. De poco ayudan las intenciones. De nada sirve ponerse a buscar. De pronto, como los choques de autos o planetas, dos personas se encuentran. Eso puede llevar al cielo o al infierno pero lleva a algún lugar. No hay en la vida un único encuentro sino muchos. Los que importan entre todos ellos son dos o tres. A veces dos. A veces uno. Imposible saberlo si no se agota la experiencia que cada encuentro propone, casi, como un destino.
L.
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