Los hombres, sobre todo aquellos dados a la exaltación lírica, han vivido engañados con la condición femenina. Pensaban que las mujeres silenciosas ocultan algo, no sé, algún misterio especial, un secreto, o, más aún, una promesa de alcobas, arrobas y orillas infinitas. Al parecer no es así. Me lo acaban de confirmar cuatro alumnas de un taller literario cuando se los comenté. Les hablé en un tono elevado. Mencioné lo inalcanzable, lo que no tiene palabras para ser nombrado, el vacío, la falta, etcétera. Las chicas, aburridas con mi discurso pretendidamente poético o psicoanalítico, me dijeron que si una mujer calla es porque es hueca. No tiene nada que decir. Es, en resumen, una tonta. Una compañera de trabajo acaba de añadir, cuando le conté lo de las alumnas, que no se puede generalizar. Que algunas mujeres son de veras misteriosas. Pero que los hombres, todos, eso sí, somos por completo previsibles. Lo dijo para no decir básicos, un lugar demasiado común. Y pensar que tanto medité y escribí acerca del silencio femenino...
L.
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