Todos nos manejamos con teorías de bolsillo, es decir, con la primera idea que nos viene a la cabeza y que pueda servirnos de explicación de algo. Los psicoanalistas conocen bien el fenómeno. El paciente llega al consultorio y dice que está triste porque lo dejó la novia o porque su tía sale de viaje. En la vida cotidiana y familiar no pasa algo demasiado diferente. Cada vez que alguien, digamos, un amigo, expone las causas de su dolor o su felicidad el oyente se enfrenta con eso que la historiografía llama ficciones orientadoras. Son teorías de bolsillo que sirven al menos para justificar o tratar de explicar ya sea una situación personal o una realidad política y social. Que las teorías sean falsas o poco fundamentadas no significa un triunfo de la ficción y la mentira. Al contrario. Es un comienzo de aproximación a una verdad parcial, por lo general encubierta, a la que llegaremos mediante un camino largo y difícil. La meta es alcanzar un cierto nivel de claridad y entendimiento. Pero el proceso que lleva a la verdad exige pasar por zonas oscuras e incursionar en todo tipo de invenciones, a veces delirantes, pero siempre, sí, necesarias.
L.
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