Fueron unas lindas vacaciones. Alquilamos una casita cerca de la playa y empezamos a construir una rutina que nos hiciera sentir seguros. Caminábamos hacia el mar todos los días, excepto uno en el que llovió, y nos tendíamos en la arena a leer. A veces él se quedaba dormido y yo aprovechaba para mirar otras vidas posibles. Vida de gaviota, de aguaviva, de pez. El juego terminaba cuando mi cabeza empezaba a llenarse de preguntas. Así que me levantaba y corría hacia el mar. Las batallas contra las olas, contra las sucesivas rompientes del océano, me ayudaban a silenciarlo todo. Al salir él ya estaba despierto y me preguntaba qué quería cenar. Fiambres, pan y vino a la orilla de la carretera. No necesitaba más. Él sonreía, yo me tranquilizaba. Y entonces la complejidad del mundo se reducía a callar, comer y ver comer a las hormigas los restos de mi hastío.
Andrea
No hay comentarios:
Publicar un comentario