La relación que uno tiene con los libros amados se parece a la que se tiene con algunas mujeres. Un libro amado, por ejemplo Rayuela, se lee siempre por primera vez. Jamás podemos decir cosas como "ya lo leí". No hay próximo ni anterior. Ese libro es siempre único. Nunca un hermoso relato, por ejemplo, El otro cielo, ha sido leído por completo y definitivamente. Queda siempre algo escondido, dar vuelta una página, descubrirla, releerla, volver a sentir cómo las palabras lentas nos invaden. O cómo se depositan en el fondo para ser removidas cada tanto por un oleaje remoto. Algo parecido ocurre con las mujeres amadas. Nunca se alcanzan del todo, jamás puede decirse de ellas algo como "ya la conozco". Y eso es así aún habiendo accedido a sus rincones más secretos. Libros y mujeres son inalcanzables. Abrir las puertas no devela el misterio. Al contrario. Se multiplica infinitamente. La última página está en blanco. Tendrá que ser escrita algún día por nosotros mismos. Y aún así.
L.
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