El encuentro fue en el Jardín Botánico y el objetivo por lo menos manifiesto era hablar sobre el nuevo trabajo. Yo debía explicarle a Nora la carga horaria, lo que se necesitaba de ella en la biblioteca, la siempre enojosa cuestión de los francos y otros temas por el estilo. Nora llegó tarde como siempre lo hacía desde que la conocí por casualidad en un pasillo de la facultad. Eso fue hace años y no viene al caso. La demora fue compensada por el vestido que se había puesto. No parecía apropiado para una cita laboral. Azul oscuro con dibujos de mariposas amarillas, escotado al punto de no percibirse abajo nada parecido a un corpiño. Me hizo algunas preguntas mientras jugaba con hojas secas que había levantado del suelo. Al hacerlo pude ver una parte significativa de sus pechos incluyendo la más saliente y oscura de uno de ellos. Quizo saber qué sueldo le correspondía por seis horas de labor en la recepción y registro de nuevos ejemplares. Yo estaba tenso y miraba unas palomas o algo que parecían palomas. Se habían posado en las tejas de un viejo edificio ubicado casi en el centro del Jardín. Nora hablaba y a veces reía de una manera casi explosiva que permitía ver el oscuro interior de su boca. La lengua húmeda, los labios gruesos y anhelantes. La palabra anhelante no es la correcta pero ahora no se me ocurre otra. Hasta pensé que la había olvidado. Finalmente acordamos los detalles y ya no había razones para seguir. Le avisé que me quedaría un rato más esperando a mi esposa. Nora me dio la mano y se alejó caminando hacia la salida. La observé con atención desmedida. Supe, de ese modo, que bajo el vestido estaba desnuda también por abajo. Y eso fue todo. Media hora después llegó Irma, mi mujer, con la propuesta de aprovechar en un shopping lo que restaba de la tarde.
L.
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