Se piensa mal de los estudiantes crónicos. Los que no acaban carreras. Los que son grandes y van por la vida sin completar nada. Con buenas razones los padres reclaman títulos para colgar en la pared o en el muro de Facebook. Estudiantes crónicos. Los que no se reciben nunca y nunca dejan de estudiar. Llega por eso la hora de reivindicarlos de una vez y para siempre. Mijail Romm, un cineasta ruso ya olvidado, habló del tema hace tiempo. Mientras fui un fracasado acumulé experiencia, cultura y conocimiento de la vida –escribió en sus memorias-. Así fui formando mi gusto y mis concepciones artísticas. Pero después, cuando llegué a ser director, empecé a distribuir todo aquello, a darlo, y prácticamente no volví a acumular nada. Los verdaderos sabios no dejan de estudiar y aprender. No tienen ideas sólidas. En el fondo las desprecian. Y estudian como enfermos hasta el último día de sus vidas. Leo al pasar un comentario de Walter Benjamin que viene bien para cerrar el tema. Ahora sé caminar -dijo-. Nunca más aprenderé nada.
L.
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