No siempre la familia es un paraíso. Seamos honestos. Muy pocas veces lo es. Nos engaña la cercanía física, la supuesta confianza, los hábitos conocidos, la rutina. El desayuno a la mañana, pasear al perro, los cumpleaños, las vacaciones. Todo parece tan armónico que hasta llegamos a pensar que no hay en la tierra un grupo de personas más perfecto que la familia. Con el tiempo entendemos que el paraíso puede tornarse un divino infierno. Y que lo extraño, en el sentido más exacto de la palabra, suele habitar más el hogar propio que el ajeno. A veces son más familiares los vínculos generados, de manera casual, por completos desconocidos.
L.
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