Los días se parecen unos a otros. O al menos eso pensamos porque no alcanzamos a percibir las diferencias. Los cambios son sutiles. Nunca demasiado evidentes. Pero ningún día es exactamente igual a otro. Ninguna persona. Ninguna hora o minuto. Cada instante es único e irrepetible. Pero la idea de repetición termina imponiéndose. Ocurre como cuando salimos de casa y no vemos el nuevo vestido de la vecina o una moldura, en el edificio de enfrente, que fue pintada de color azul. Bien mirado todo es excepcional. Pero, qué pena, con frecuencia nos dejamos llevar por las telarañas de la costumbre.
L.
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