Junto con la mezcla inevitable resulta imperiosa la concentración. Sobre todo ahora que la disolución mediática del mundo promueve la dispersión total y completa. Lo he visto en las aulas desde mi condición docente así que sé de lo que hablo. Ya nadie lee una página de un libro con la necesaria abstracción. La cantidad de entretenimientos de consumo es casi infinita, la confluencia de las mal llamadas redes sociales con los mails, los celulares multifunción, los ipods, la tele y las cámaras digitales han conseguido lo que el capitalismo más cerril jamás hubiera soñado, es decir, la enajenación global. Voy a hablar a lo bruto. Sin concentración no se vive, no se coge, no se goza. Tampoco se accede a la cultura y si se lo hace es de manera caótica. Mejor convertirse en una bestia y alimentarse de pájaros y nubes. Concentrarse es apagar la computadora un rato y ponerse plazos mínimos. En mi caso eso se traduce en una sola mujer, unos pocos libros y trabajos, viajes acotados, escribir menos en el blog. Si para alguien todo esto suena a las patéticas indicaciones de autoayuda lo siento. Pero no imagino una vida mínimamente digna de ese nombre sin un grado cada vez más grande e intenso de una casi erótica y divina concentración, al menos en mi caso, plan número uno para el año que recién comienza.
L.
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