La idea de matarse un domingo a las seis de la tarde resulta, además de inconveniente, demasiado obvia para no decir cursi y de mal gusto. Ese día y esa hora figuran de manera recurrente en los libros clásicos dedicados al tema. La causa, dicen, es que se trata de un momento no amarrado a nada. La gente con predisposición al sacrificio no pasa de las seis de la tarde. Insisto. Hacerlo sería ante todo una falta completa de originalidad. Pero ya que estamos vamos a decir algo más. Un texto célebre de Camus comienza diciendo que el suicidio es el único problema verdaderamente serio de la filosofía. Es así dado que en ese acto se plantea nada menos que la pregunta por el sentido de la vida. Y esa pregunta ya tiene respuesta. La vida, en efecto, es absurda, es decir, no tiene sentido. Camus dice que justamente por eso, porque no tiene sentido, debe ser mejor vivida y más amada y cuidada. Matarse sería darle un contenido del que carece y, encima, clausurar la maravillosa invención que nos propone cada día y cada noche. La vida como invención. Eso sí es perfecto.
L.
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