Leo en un libro que la forma más grave de contaminación con petróleo causada por el ser humano no es la que se origina en una catástrofe espectacular sino en los millones de litros de combustible que derraman imperceptiblemente los autos, los camiones, las motos, las cortadoras de césped, los barcos, los aviones y otras máquinas que usamos a diario. El combustible que se vuelca al llenar el tanque de un auto o el aceite que gotea de un motor en general caen al suelo. De ahí, a la larga, acaban en las cloacas o en los arroyos que a su vez desembocan en el mar. También en ríos y lagos. Después mueren peces y algas. Después enferman personas que consumen peces o agua o productos elaborados con algas. Se me ocurre dar un salto temático y pensar en los crímenes pasionales. Nos asombran las noticias sobre tragedias amorosas pero no el goteo cotidiano, el insulto deslizado al pasar, la noche en que la pareja durmió en camas separadas o dándose la espalda, los silencios pesados. Es ahí donde nace y crece el derrame principal o anticipo. Es como la crónica de una muerte anunciada. No nos hagamos los sorprendidos, luego, cuando todo estalla en bonitos pedazos.
L.
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