Los hombres del paleolítico apoyaban sus manos entintadas en la porosidad de las cuevas. Es difícil imaginar por qué lo hacían. En la patagonia argentina hay un lugar especial llamado cueva de las manos. Hay decenas de ellas ahí. En la caverna del sur de Francia filmada por Herzog hay una roca enorme y redonda donde se ven los dedos de un hombre que, al parecer, no descansó hasta dejar en color bordó el solo mensaje de la forma, como quien dice o diría, no se olviden ustedes, gente del futuro, de que hace 30 mil años hubo un hombre acá. Pero eso es pura especulación. No puede saberse cuál fue la verdadera intención de los nómadas del paleolítico al dejar huellas en las paredes. Cómo vamos a entender semejante cosa si a veces no entendemos, hoy, el sencillo informe encerrado en un mail o en un mensaje de texto. O los entendemos al revés. O creemos que entendimos y respondemos tonterías. Esas manos, pienso ahora, no quieren decir nada más allá de sí mismas. Habrá que contemplarlas en respetuoso silencio. Y pensar.
L.
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