domingo, 8 de enero de 2012

Piropos

¿A quién se dirige un hombre que en la calle le dice a una mujer te chupo toda? ¿Cuál puede ser su goce al expresarse de ese modo con una completa desconocida? El malentendido es la esencia de la comunicación humana. Esto no es novedad. No hay destinataria del mensaje varonil. Hay quizás alguna forma de masturbación lingüística. El macho se dirige a un grupo indeterminado de hembras. Qué tetas. Qué culo. Nada personal. El piropo sigue de largo como los trenes. No pide respuesta y marca un límite perfecto entre la palabra y el acto. El piropeador, como algunos políticos, está enamorado de su propio discurso. No tanto del votante. El macho quiere discurso y no acto. Si una mujer se detuviera de pronto, si se bajara la bombacha y le dijera al camionero o lo que sea aquí estoy, hacé conmigo lo que quieras, el hombre muy seguramente saldría corriendo. Porque el varón que dijo antes te chupo toda está enamorado de su osadía y no del objeto que la detonó. La dueña del culo y las tetas es evidentemente una ficción gigantesca. Es todas las mujeres en una, o sea, ninguna. Los piropos descansan en la desintegración del cuerpo femenino. No se dirigen a personas sino al valor fetichista de las partes vistas, en realidad, como prótesis. Mejor encarado el elogio de una mujer suele ser inclusivo, inespecífico, abarcador de un paisaje. El piropo callejero, en cambio, separa al conjunto de una manera irremediable. Es cierto que a algunas mujeres les gusta algo de todo eso. Pero ese placer, en todo caso, tiene más que ver con la autoestima que con otra cosa.
L.

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