Hay algo insoportablemente triste a bordo de un crucero de lujo. Así se titula una célebre crónica de David Foster Wallace. El reciente accidente ocurrido en las costas de Italia evoca bien ese título. Los cruceros no tienen nada que ver con la navegación de verdad. No hay aventura ahí. Ninguna emoción marítima. Sólo consumo y exhibición de cuerpos semidesnudos en cubierta. Juegos, canilla libre, comida. Encima los que viajan. Me contaron que en el barco siniestrado los turistas se arrancaban los ojos por un salvavidas y que hasta tiraron al agua a un minusválido "porque molestaba" en el operativo salvataje. El mundo en que viajamos todos se parece un poco a esa nave...pero sin canilla libre ni lindas reposeras de plástico. Y el capitán, con su estupidez, no está demasiado lejos de unos cuantos gobernantes. Hay algo insoportablemente triste en un crucero de lujo. La vida está en otra parte y a esa parte se llega, sí, caminando.
L.
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