El principal argumento de los enemigos de la memoria se basa en una afirmación imbatible. No podemos cambiar el pasado. Por tal motivo, dicen los felices, debemos mirar siempre hacia adelante y jamás hacia atrás. Dicho de otro modo. Dado que no podemos cambiar el pasado es posible hacer algo ahora y aquí para mejorar el futuro. Acabo de leer esta frase en algún lado. Hay un solo problema. O dos. Con la misma lógica podría decirse que tampoco puede cambiarse el futuro. No hace falta explicar las razones. El futuro es un no aún. Eso para no decir que del mañana hay poco o muy poco para decir. En cuanto al presente, ya se sabe, es un instante fugaz que corre veloz y ligero a unirse con la historia. Para no estirar esto demasiado. La hipótesis planteada es que sí puede cambiarse el pasado. ¿Cómo? A través de una cuidadosa relectura de los hechos evocados. El método, bien conocido por la historiografía moderna, permite afrontar lo vivido desde nuevas perspectivas. Así, lo que considerábamos el amor de nuestra vida no lo fue tanto. Las idealizaciones de otros tiempos se pulieron en parte. La visión política y hasta la noción que teníamos de la sexualidad también. Como consecuencia de la operación eso que llamamos presente se modifica y los nuevos comportamientos personales y colectivos se proyectan de manera novedosa hacia adelante. Reescribir los recuerdos no es un gesto inútil. Al contrario. Es un acto necesario y, más aún, insustituible.
L.
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