martes, 7 de febrero de 2012

Los indiferentes

En los tiempos de militancia revolucionaria mi visión política era, por lo menos, ingenua. Yo creía que el mal estaba situado, geográficamente hablando, en el imperialismo y la oligarquía. También en los militares y en la Iglesia. En los represores en general, o, para resumir todo, en las clases dominantes y el poder. Ahora no pienso exactamente así. Y no lo pienso no porque suponga que el imperialismo y las clases dominantes hayan desaparecido del universo. No desaparecieron. Siguen ahí, como siempre, detentando los podridos poderes del mundo. Pero ahora, observando con atención a mi alrededor, sé algo más. Sé que si pueblos enteros pueden ser masacrados sin consecuencias, si se llevan adelante emprendimientos mineros y de otro tipo que envenenarán por siempre al planeta, o ya lo envenenaron, si la inequidad social se extiende y profundiza, eso es posible gracias a la relajada complicidad de los indiferentes, de los que miran su propio ombligo estén donde estén, de los reyes del egoísmo y la apatía. Estos últimos no están necesariamente ubicados en las bases militares o en los gobiernos. Muchos de ellos son compañeros de trabajo, familiares, amigos de Facebook, gente que sonríe en las fiestas, o para la foto, gente que llora en los velorios y en el cine. Creo incluso que el individualismo dominante es la raíz profunda de todo lo demás. En mis tiempos de militancia no entendí a tiempo algo tan sencillo y evidente. Ahora pienso que el mal no está afuera sino adentro. Dormimos con el enemigo y, a veces, para decirlo con delicadeza, hasta hacemos el amor con él. Y eso no tiene solución.
L.

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