El viento desviaba los disparos. Eso fue lo que pasó. El viento cambiaba el destino. Pero ni siquiera el viento lo sabía. Lo que se veía no daba tiempo a pensar. Quien es ciego una vez será ciego para siempre. Los cuerpos caían como esas vacas que se adivinan desde lejos, en el tren, cruzando el desierto. Parecen moscas pero no lo son. Parecen peces. Caían al suelo esos cuerpos etéreos pero el viento desviaba los disparos. Las balas iban a parar a las bardas o al silencio. Algunos estampidos incendiaron el mar. Hasta puede decirse que la escena era de algún modo erótica. Las mujeres abrían las piernas. Los hombres las montaban con alegría de caballos. El viento desviaba los disparos y al final no hubo un solo muerto entre las víctimas. Ni uno entre los héroes. Porque el viento desviaba los disparos. Y porque nadie (nadie) estaba muerto a la hora de morir.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario