El monje ha resuelto alejarse, retirarse del mundo, desaparecer por un tiempo. El monje sabe que eso es imposible. Viajero donde vayas no encontrarás nada que no lleves contigo. El monje recuerda esa frase y calla. La usó hace años para debatir con los amantes del movimiento. No hay nada mejor que viajar, dicen todos. El monje no piensa así. Al contrario. Imagina un lugar silencioso, un río tranquilo allá abajo, un puente de frágiles cañas, una invención de algo que no requiera de trenes, autos o aviones. Un lugar sin ruidos, sin alarmas, sin gritos, sin órdenes. El monje sueña con un bosque, una playa desierta o un convento donde dejen ver películas y escuchar música. Quizás una mujer o dos. No mucho más. El monje no es un monje de verdad. Pero le gusta jugar con la idea. Un retiro del mundo, una fuga, un escondite blindado. Alejarse. Retirarse del mundo así sea por un rato. Desaparecer no totalmente sino apenas un poco.
L.
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