A veces hay que hablar, decir las cosas, animarse aunque fastidie al destinatario. La palabra puede ser digna o indigna, puede herir sin proponérselo, puede sonar más fuerte que una bala de verdad. Pero algo nos dice que llega la hora de decir. No más silencio o fingimiento. Dejar de ocultar lo inocultable. Hablar como confirmación de algo que se sentía ya en el aire. Hablar en el sentido de desocultar, desnudar, revelar. Por delicadeza perdí mi vida, dijo Rimbaud. A veces hay que dejar de lado la delicadeza y, sí, hablar.
L.
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