Entre los gatos de la cuadra circula una profecía que se remonta a los primeros felinos que habitaron la Tierra. Al parecer el mundo va a terminar el próximo 4 de enero de 2013. Como para calentar el ambiente un gran diario argentino asegura, sin citar fuentes como es su costumbre, que los efectos de la hecatombe serán terribles. No habrá alimento balanceado para nadie. No habrá piedra, papel o tijera donde afilarse las uñas. Desaparecerán los refugios donde ponerse a salvo de cohetes y gritos. Fin del mundo cat. Mi gato Grusswillis no cree en tales augurios. No los cree para nada. Tiende a ser entre cínico y escéptico. Circula por los techos con mirada altanera. No puede evitarlo. Siempre fue así y ese es, según se lo ha dicho mil veces el psicogato de los techos, su sinthome. Por eso raramente habla con sus pares. Por eso camina con la cola bien alta sobre el teclado del piano sin producir jamás ni el más mínimo sonido. Grusswillis prefiere acurrucarse en largas e inútiles evocaciones. De pronto se le aparece la siamesa y entra en increíbles estados de angustia. La siamesa es una gata colombiana del Putumayo que lo abandonó hace tiempo para sumarse a la guerrilla. Mi gato se burla amargamente de esa decisión y no mira hacia adelante sino hacia atrás. Ya ni Gatúbela despierta su otrora poderoso instinto. El fin de año, o de mundo, se acerca veloz e imparable y nada se puede hacer. Mucho menos desde un techo o un sillón. Primero la existencia y después la esencia, repite el gato como un karma. A veces se estira cuán largo es como si quisiera alcanzar con las patitas un fantasma ubicado siempre más allá. Grusswillis detesta el más acá. Sigue en su mundo, no habla con nadie y espera en calma la llegada del 4 de enero de 2013. Ese día, porque no habrá otro, se lamerá las heridas, llorará a sus muertos como corresponde, y esperará, como siempre, enormes cambios en el último minuto.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario