miércoles, 12 de diciembre de 2012

Por qué lloramos

Ocurrió hace pocos días durante una clase final de periodismo. Una alumna a quien mandé a examen con buenas razones se puso a llorar al conocer la noticia. Le dije que dar un examen en diciembre era algo ciertamente fastidioso pero que no se prestaba a la tragedia. Con un poco de esfuerzo la alumna iba a aprobar y listo. Vacaciones y olvido. Le dije además que algo de categoría tan pobre no justificaba el llanto. Ahí la chica se enojó y me dijo que yo no era quién para decirle por qué debía o no llorar. Estuve de acuerdo con el razonamiento y no dije más nada. Pienso, al margen del episodio, que a veces creemos que lloramos por A cuando en realidad estamos llorando por B o por C. O quizás por ninguna de las tres cosas sino por una cuarta que permanece invisible en el recuerdo. Por ejemplo. Si una mujer llora por un hombre que la dejó lo más posible es que llore porque ella está mal y no precisamente por el varón perdido. Muchas veces atribuimos las causas de nuestra alegría o tristeza a situaciones que en rigor nada tienen que ver. Creamos, como dicen los historiadores, una ficción orientadora, una teoría de bolsillo que justifica lágrimas y demás reacciones emocionales. No estaría mal en estos días, tan propensos al llanto fácil, pensar un poco en las verdaderas causas de lo que nos hace llorar.  Si lo hacemos vamos a sorprendernos y, quién sabe, hasta ahorremos gasto emocional.
L.

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