Uno de los personajes más atractivos de El Hobbit y del Señor de los Anillos es Gollum. Esta misteriosa criatura tiene formas humanas pero se desplaza en cuatro patas como una zorra o un reptil. Una primera visión de Gollum ciertamente repugna un poco. Pero con el paso del tiempo el personaje se vuelve querible. Lo más llamativo de Gollum, quien vive siempre en zonas bajas, oscuras y pantanosas, es su ambivalencia espiritual. Nunca se sabe para quién juega. Uno se tienta inicialmente a colocarlo del lado de los malos dado que a veces es muy malo. Pero con el transcurso de la historia la calificación se debilita en parte. ¿Gollum está con los enanos de la saga que quieren recuperar su patria o con Mordor, el peor, el que habita las montañas tenebrosas? Imposible saberlo y de ahí su enorme atractivo. Todos somos Gollum en un punto. Ni buenos ni malos. Ni bellos ni horribles. Dudosos. Extraños. Infieles. Y, como él, todos estamos solos. Y el único tesoro obtenido, en este caso el anillo que brilla y duele en la triple saga, lo perdemos.
L.
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