Pienso en Niemeyer, el arquitecto luminoso, muerto ayer a los 104 años de edad. Y al pensar en él pienso también en mi amiga Leila Muñiz de Brasilia. Pensar en ella es pensar en la ciudad mágica que soñó ese hombre hasta convertir el desierto del planalto brasileño en un jardín. Pienso en Niemeyer y pienso en la curva, su arma de guerra para alcanzar la paz. La curva, que es femenina por definición, predominó en los diseños urbanos de sus más de quinientas edificaciones en el mundo entero. Pienso además en el amigo de Chico Buarque, del socialismo y la revolución cubana. Pienso en el caballero de la sobria figura que proyectó no sólo casas de gobierno sino barrios populares, puentes, museos, caminos y refugios del pueblo. La salvación no nace de la línea recta sino de la curva. Puede ser, este último, el mensaje principal del arquitecto planetario recién desaparecido o resucitado. Nunca se sabe.
L.
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