Durante siglos las instituciones ligadas al poder político, social, económico y espiritual ocultaron admirablemente sus verdaderas intenciones. Grandes monumentos a la bondad, la salud y el sano equilibrio físico y espiritual como los jueces de toga, la Iglesia, los militares, los partidos políticos y otras dignísimas agrupaciones se ganaron el mismo respeto que luego se extendió a entidades impolutas como las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad, las asociaciones que reúnen a los empresarios periodísticos y hasta algunas corporaciones ambientalistas, moralistas y de derechos humanos. Pero el reino de la simulación acabó. Ahora se muestra todo, ya sin velos, a la manera pornográfica. Avanzado el siglo XXI vemos a una Iglesia íntimamente comprometida con los podridos poderes, diarios que mienten de una manera descarada y que así consiguen tumbar gobiernos legítimos, militares que se alzan contra la voluntad popular, partidos políticos que se alían a los sectores más regresivos de la sociedad y organizaciones mundiales arrodilladas como putas ante el omnímodo y siempre erecto poder imperial. La gente de a pie observa no sin asombro a jueces cómplices de los peores crímenes contra la humanidad. Las nuevas fuerzas planetarias asesinan niños, ancianos y mujeres. Los políticos desesperan por entregar las riquezas de sus países a los capitales extranjeros y al costo que sea. Presidentes con Nobel de la Paz envían diariamente a varios puntos del mundo aviones no tripulados para asesinar opositores sin pruebas ni juicio previo. Las cárceles del mundo, por si fuera poco, están superpobladas de inocentes o culpables que son condenados a una vida monstruosa y a recibir torturas cotidianas en medio de un silencio amable y general. Un mundo pornográfico se alza ante la vista del que quiera ver. En un punto es mejor que así sea. Dejamos atrás la edad de la inocencia. Ahora sabemos, ya sin velos ni sellos, sobre qué montañas de basura agonizan las tambaleantes viviendas donde alegremente pasamos nuestros días.
L.
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