Para alguna gente el último mes del año marca algo así como un fin de mundo seguido por el comienzo de otro. Visto así diciembre parece un mes habilitado para enloquecer antes de tiempo, salir de compras en un estado de exaltación, apurar los combates familiares hasta ayer maquillados, hacer balances absurdos en torno al debe y el haber, realizar innumerables muestras artísticas para los amigos, entregarse a depresiones varias, generar fiestas de todo tipo y cenas de despedida (¿a quién se despide exactamente?), incurrir en excesos y otros desmanes colocados a la altura de la fecha. Eso, claro, para alguna gente. Para otros éste es un mes que ni siquiera es un mes. Diciembre no le gana en nada a abril o mayo. Y de ser así las cosas vale más escuchar a Elis Regina cantando Aguas de marzo que atosigarse con villancicos y tarjetas y mails de Feliz Navidad y próspero Año Nuevo. Vivir afuera del tiempo, dar unos pasos al costado, seguir amando la vida en silencio y, de nuevo y nuevamente, esperar enormes cambios en el último minuto.
L.
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