Lo olvidado se recuerda en actos. Las consecuencias de este postulado son obvias. Al no transformar los hechos en palabras o metáforas corremos el riesgo de repetir infinitamente una serie muy amplia de actos no precisamente beneficiosos para nosotros. En tal caso lo más probable es que aquello que creíamos superado o resuelto vuelva en acto a molestar y a manejarnos como se dirige a una marioneta. Lo olvidado, cabe insistir, se recuerda en actos. Los actos se traducen luego en relaciones "nuevas" que son tan viejas y peligrosas como las anteriores. O en acciones frustrantes. O en certidumbres que deberían disolverse de una vez por todas. Conviene, en conclusión, recordar a través del lenguaje. Es más resbaloso que el acto. Pero al menos permite una toma de distancia.
L.
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