Estoy tratando de recordar mi primera nostalgia. Tal vez en el momento menos pensado aparezca en forma de olor como todas mis nostalgias. Mi abuelo es como yo. Tiene 86 años y aún añora su infancia. Es tan romántico que casi raya lo patético. Siempre que voy a su casa me recuerda la historia de sus padres, dos campesinos jóvenes que al parecer se amaron con locura. Estuvieron juntos durante diez años y procrearon diez hijos. El último de ellos, mi tío abuelo Joaquín, nació con muchas dificultades, lo que le causó la muerte por desangramiento a mi bisabuela Carmelita. En ese entonces mi abuelo tendría cinco años. Era hermosa mi madrecita -dice a veces-. Con la piel blanca y una larga cabellera. Según él mi bisabuelo no aguantó la perspectiva de una vida sin ella y decidió morir. Ese fue el precio que decidió pagar por el privilegio de haber encontrado el amor de su existencia. ¿Cómo muere alguien por amor?, le pregunto a mi abuelo. Y me responde “sencillo, dejas de hacer todas las cosas que te traen felicidad”. En el caso de mi bisabuelo su muerte moral comenzó con algo tan simple como dejar de silbar y tocar la guitarra. Luego dejó de comer alimentos calientes. Supongo que se fue desvaneciendo como una nostalgia.
Andrea
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