Me cuenta Luciana, compañera de trabajo, el caso de Magui, una amiga que sostiene por razones incompresibles una relación de pareja desastrosa. El chico es muy estructurado, hace planes de vida a cien años, todo muy ordenadito, y eso molesta a Magui. Pero no está ahí el problema mayor. De tanto en tanto el hombre entra en crisis existenciales, depresiones o algo así. Frente a ellas Magui decide ocuparse de todos y cada uno de los problemas anímicos hasta "contener" a su compañero y resolver sus angustias. La pareja no mejora por eso. Al contrario. Empeora cada vez más. La historia narrada brevemente evoca a muchos otros servidores públicos que dan vueltas por ahí. Se trata de gente muy buena, o eso parece, que abandona sus proyectos personales, también sus conflictos, para ocuparse del próximo prójimo. Presentada así la cosa suena solidaria, linda y aún ejemplar. No lo veo así. Creo que los servidores públicos gozan de algún modo con su supuesta entrega. La tarea les sirve de paso para abandonarse y no hacerse cargo de la dificutad que implican los desafíos vitales. No hace falta añadir que la mejor manera de ayudar a alguien es ayudarse primero a uno mismo, adquirir más consistencia y, a partir de ahí, proyectarse amorosamente a los otros. Los servidores públicos no sirven a nadie. Mejor sería que abandonaran el altruismo y aprendieran a poner límites. Le harían un favor al otro. Se harían un favor a sí mismos.
L.
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