martes, 1 de enero de 2013

De regreso


De regreso de una cena de fin de año en bicicleta. La ciudad parece una puta en estado de exaltación. Los viejos se refugian en sus casas. Los estampidos ralean a las dos. Los autos van a mil con música a todo volumen. Los jóvenes cumplieron ya con sus familias y buscan acción en fiestas privadas o en algún salón abierto. Las chicas están vestidas como para la guerra. No calcularon el frío que ahora sube por sus piernas casi desnudas como ligero invasor. Los chicos no sueltan la botella a medio beber que trajeron de la cena. Debo cuidarme de ellos, de los autos, de los gritos, de los cohetes que arrojan los más desquiciados. Debo cuidarme en general. El viento juega con las bolsas. Desde los autos me insultan sin motivo. Subo de pronto a las veredas y avanzo firme contra el frío tenaz. El parque está oscuro y nadie corre hoy. Se adivinan parejas besándose en las entradas de los edificios. Los negros de mierda, esos que odian los patricios argentinos y sus cacerolas de plata, celebran a su manera. Quizás la mejor. Salen de sus casas tomadas a la calle, traen un equipo de música desde los cuartos ruinosos y se ponen a bailar en estado crítico. Al menos consiguen armar una danza colectiva. Es el famoso espíritu pagano de las fiestas. La verdadera hermandad de la que tanto se habla. Por suerte los golpes no llegan hasta mi cama donde, tras dejar la bicicleta sola en la sala, me arrojo como pidiendo ayuda a quienes, claro, no pueden dármela. No esta noche al menos. Tal vez nunca. Antes de entrar alcanzo a ver un graffiti estampado en una pared cercana a mi puerta de hinchada madera. Cualquier pedazo de plástico dura más que un amor eterno. 
L.

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