Estoy en la casa de ella y siento pasos invisibles. Está lejos pero la casa me cuida, me arropa, me desnuda. Siento sus olores en las sábanas del cuarto. La veo en las frutas que dejó rodar sobre la mesa. Presiento que abrirá la puerta y va a abrazarme como siempre lo hace. O se alzará la blusa para mostrarme sus pechos vibrantes y obstinados. Ella está lejos ahora pero la casa entiende y me habla desde el comedor, la cocina, el desolado balcón. En los cajones descansan las medias de invierno, los corpiños sin fe, las bombachas floreadas, las mantas silenciosas como todo lo demás. Estoy en la casa y siento sus manos invisibles tocándome la cara.
L.
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