El otro (la otra) son un problema. Nunca se sabe qué les pasa, qué piensan, por qué hacen lo que hacen. La paranoia en estos casos sería una salvación. El otro se ofendió, la otra quiere hacerme daño, los demás conspiran para que me vuelva triste o feliz. Pero la cosa no es así y por eso es un problema. También a la hora de escribir en este espacio la cuestión vuelve a aparecer. ¿A quién se dirige el autor de un blog? ¿A sí mismo? ¿A un fantasma que se supone amigo o adherente? Cualquier respuesta concluyente sería incompleta. La interacción con los lectores/otros no puede ser nunca el objetivo único. Ya se lo dijo Kafka a su amante Milena hablando de la prosa epistolar. La facilidad de escribir cartas ha traído al mundo una terrible perturbación de las almas -subrayó-. ¿Por qué? Porque es una relación con fantasmas. Y no solo con el fantasma del destinatario sino con el propio. El autor checo fue ávido y lúcido autor de cartas y diarios íntimos. En esos campos, también, la noción de destinatario se diluye. Pero el escritor no estaba conforme. Alguna vez deslizó que los besos enviados por carta son tragados por los fantasmas del camino. Algo parecido debe pasar con los blogs y la vida en general. En este juego de espejos no se sabe bien ni quién escribe ni a quién ni para qué. Quizás convenga despegarse del dilema y escribir como si otro lo hiciera y como si no hubiera nadie en la otra orilla. Quizás lo mejor sea actuar como la estrella fugaz que vio una niña desde el jardín en un conocido relato de Bradbury. Pensá tres deseos, le dijo la madre mientras colgaba la ropa. La estrella era en realidad un astronauta extraviado que se estaba inmolando sin saber por qué ni para quién. Existe siempre la posibilidad cierta y gloriosa de convertirnos en estrella fugaz. La niña espera tranquila un resplandor en el jardín.
L.
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