domingo, 1 de enero de 2012

Hombre lento



Un año demoré en comprender la definición lacaniana del amor. Dar lo que no se tiene a quien no es. Un año entero o quizás más me costó desentrañar un concepto tan sencillo y evidente. Por eso admiro a los que saben tanto de una manera inmediata y contundente. Los admiro de verdad. Siete años hicieron falta para entender que debía divorciarme. Otros diez pasaron hasta que supe que el amor era otra cosa. Cuando llegué me quise morir. Pero ya era tarde. Seis meses me costó releer Rayuela por décima vez. Releer diez veces un mismo libro que algunos expertos desprecian hasta convertirlo en lectura para adolescentes. Los pocos libros que escribí, alrededor de tres o cuatro, me llevaron la vida entera. Y encima están inconclusos. Siete veces vi Solaris, la película de Tarkovski, y todavía no la entiendo. Con las mujeres soy un desastre. Cuando voy ya están de vuelta. Y en la cama actúan como sabias milenarias. Yo tardo en descubrir mi papel específico. Demoro sobre todo en eyacular, lo admito, porque prefiero alargar al infinito las acciones previas. Eso aprendí de los taoístas luego de años de dura disciplina. Pequeños movimientos cotidianos que cualquiera resolvería en minutos me llevan semanas o meses. Ni hablar de las decisiones. Soy lento en todo sentido. Casi un subnormal. Pero no me gusta correr. No me sirve. Me cansa y después me duelen las piernas o la cintura. Por eso camino. O, para ser más honesto, por eso ni siquiera camino. Soy lento y tengo, para colmo, todo el tiempo disponible.
L.

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