miércoles, 7 de marzo de 2012

La velocidad del mundo

Está de moda la velocidad. La lentitud ya fue. La lentitud queda para los viejos o los indolentes. Los que no tienen ritmo. Sin embargo. Seis años vagó Truman Capote por las llanuras de Kansas para escribir su hermosa novela A sangre fría. Ocho años demoró el escritor ruso Iván Turgeniev para componer Padres e hijos, una de sus novelas más célebres. Levantar las pirámides de Egipto llevó casi toda una vida a los esclavos. Muchos de ellos murieron en plena obra. El escritor uruguayo Felisberto Hernández demoró cerca de un año para escribir La casa inundada, un cuento extraordinario. Tolstoi reescribió ocho veces las cinco mil páginas de Guerra y paz. Ahora por suerte y gracias a la computación es todo más fácil. Cortar y pegar. Oprimir una tecla y hablar. Un piquito en una fiesta, una promesa, incluso una noche entera y veloz en un albergue transitorio. Los países son invadidos en minutos pero los millones de muertos quedan para siempre. La velocidad del mundo nos está matando. Recordemos que en la carrera del conejo y la tortuga -famosa aporía de Zenón de Elea- gana la tortuga. Pensemos en eso lentamente. Tenemos todo el tiempo del mundo para abordar esa cuestión.
L.

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