Lo más fácil es hacerse fuerte negando a los otros. Imbéciles todos. El único genio soy yo...Y los demás, claro, los demás imbéciles todos. Lo que no me mata me hace fuerte y entonces, claro, entonces me convierto en una especie de iluminado de esos que cargan la verdad como una cruz, los brazos en gruss, y aceptan el raro castigo de pertenecer al grupo de los sabios, de los incomprendidos. Mi consistencia crece gracias a la debilidad del otro. Lástima que después descubrimos que sin los otros nada somos, que necesitamos al menos una mano, un pie, una boca. Y que en la pura soledad del desierto, claro, nos morimos de aburrimiento y, sí, aislamiento.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario