viernes, 25 de julio de 2014

Contra los poetas


La poesía bien entendida es la forma más alta e intuitiva de conocimiento del mundo. Pero la mala poesía que suele infectar los cafés literarios de Buenos Aires, y aún las librerías del ramo, resulta vomitiva y, peor aún, lo más aburrido que se haya inventado. Quienes la cultivan se creen refinados y sensibles cuando todo lo que quieren de verdad es levantarse a la chica del fondo que lee o exhibe un libro grandote de Pizarnik. O emborracharse para después llevar a esa chica a la cama y hablar, entre polvo y polvo, sobre las aventuras perdidas o el árbol de Diana. Los malos poetas son tan profundos que apestan. Rechazan eso que el lirismo acaramelado y bobo considera feo, escriben rostro y no cara porque suena más fino, jamás eyaculan palabras al oído como lo hacía Girondo, prefieren siempre nalgas de greda a la inadmisible palabra culo y, si se trata de elegir, se inclinarán por estrellas mutiladas en vez de pezones fosforescentes, imagen de mal gusto y antiestética. Los malos poetas son sensibles y eruditos. Pero no se atreven a vivir la poesía, como pedía Breton. Quieren dejar un mensaje altruista y elevado. Ignoran que la poesía no debe significar sino ser. Y que ningún prejuicio resulta más dañino para la vida y la literatura que el prejuicio de lo sublime.
L.

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