Me han dicho que los viejos huyen de dos demonios. Se trata de algo que no quieren ver de ningún modo. Basta de misterio. Se trata de relojes y espejos. Los espejos tienen la maldita costumbre de mostrar arrugas, pelos que salen como brotes de la nariz, genitales en creciente declive. Los relojes representan otra maldita maldición. Se quedan sin pila a veces y, de pronto y sin aviso, dejan de dar la hora. Confirman además la lentitud del tiempo. Me han dicho que niños y viejos padecen del mismo problema. El tiempo anda muy lento y se vuelve temible. Ni relojes ni espejos. Los viejos prefieren caminar por desiertos desérticos donde no existan aparatos de ningún tipo. El espejo es la verdad. Y el reloj marca la hora de la interrupción. Ante semejante realidad los viejos se refugian en recuerdos que no son espejos ni relojes. Besos que solo fueron besos, aquella tarde, aquel mar embravecido, la tormenta, sí, inolvidable.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario