A partir de lo que ocurre en la Franja de Gaza y otras regiones del mundo puede concluirse que estamos ante un hecho histórico de consecuencias inimaginables. Ahora es posible destruir pueblos y derribar aviones. Ahora los fondos buitre y el capital financiero pueden saltar la barrera de la soberanía sin mayores problemas. No existe ninguna instancia mundial, organismo internacional o potencia que pueda intervenir para cambiar las cosas a favor de las víctimas. Asistimos al eclipse definitivo de los mecanismos políticos de regulación y a una reconfiguración de un nuevo tipo de realidad global. De ahora en más el horror velará al horror en soledad o con la compañía estéril de las redes sociales. La comunidad internacional se disuelve en la sociedad del espectáculo. Existe apenas el capital y el circuito de la mercancía. La guerra, la matanza de niños, la extensión del dolor, la destrucción sistemática de la naturaleza no afectan a los podridos poderes sino que más bien los consolidan. Acá no hay una lucha entre buenos y malos, entre judíos y terroristas, entre un dios y otros dioses. ¿En qué se convertirá el planeta cuando se confirme la vertiginosa caída de los organismos internacionales en su capacidad reguladora? ¿Llegamos por fin al tiempo de la bestialidad cristalizada? Qué gran apuesta sería poder mostrar que en América Latina anida otro modo de mantener la vida en sus posibilidades abiertas, por afuera del goce de los grandes poderes que tienden a dominar y destruir el mundo como bestias sin alma.
L.
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