La buena escritura no es expresión. No es lo que sale del alma. No es el mundo interior. No es eyaculación. No es vómito. No es catarsis. No es nada de eso. La buena escritura es producción, quiero decir, construcción de algo nuevo que antes no existía y de lo cual el autor es apenas un intermediario, una especie de heraldo o enviado, un mero asistente. No niego al decir esto la obvia intervención del inconsciente, de lo recordado, de lo autobiográfico. Por algo el escritor elige una palabra y no otra, una imagen y no otra, un ritmo y no otro. Pero a partir de esa selección todo lo demás es producción, ladrillo sobre ladrillo, composición de una trama que hasta resulta inesperada para el propio autor. La buena escritura, en síntesis, es pura forma. Tendrá riqueza si la tiene el escritor. Las almas virtuosas producirán textos inolvidables. Los pobres de espíritu, como diría Jesús, no llegarán demasiado lejos en la empresa.
L.
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