En algunas escuelas de periodismo se instruye a los alumnos en la necesidad de estar informados todo el tiempo. Según las indicaciones transmitidas habría que leer por lo menos cinco diarios al día, escuchar la radio a toda hora y ver un mínimo de seis noticieros diferentes. Eso, claro, además de mirar el celular de manera constante, utilizar hasta el hartazgo las redes sociales y así hasta vomitar. El argumento es bueno. En la medida que un periodista esté bien informado podrá desarrollar su oficio de la mejor manera. Venía pensando en eso anoche al ver cómo los voluntarios palestinos retiraban cadáveres de niños de ciudades devastadas por el holocausto israelí. Niños muertos, mujeres muertas, ancianos muertos. Llegó un momento en que no lo pude soportar más y decidí apagar la televisión. Me pregunté, ¿puedo hacer algo para evitar esa y tantas otras masacres que ocurren en el mundo? ¿pude impedir la caída del avión desde el cielo de Ucrania? ¿pude salvar las vidas de cinco sandinistas que volvían de una fiesta en Nicaragua? Y si no puedo hacer nada en ningún campo de la vida real, ¿cuál sería el sentido de vivir tan informado y sobrecargado de noticias? Habría que pensar mejor la cuestión. Alguna vez dijo un tal Marx que el sentido de la vida no consiste en limitarse a observarla e interpretarla. Hay que hacer lo posible, dijo, para transformarla.
L.
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