viernes, 20 de abril de 2012

Baños públicos

La verdad no está en los museos de arte o en los barrios de lujo. Tampoco en los libros eruditos, en los festivales de cine o en los ambientes de alta cultura. La verdad, si es que existe, nace y muere en los baños públicos. Hoy estuve en uno situado en pleno centro de Buenos Aires. Era y es un asco. Está situado en una estación de servicio adonde van taxistas, policías, ladrones y gente sin fe. Algunos hombres orinan en meaderos casi desbordados por un líquido espeso y dorado. Otros se lavan las manos con un jabón que parece fabricado con grasa vencida. Las puertas de los reservados están llenas de inscripciones que, de algún modo, evocan las pinturas rupestres de Altamira. Hay ahí teléfonos de putas y travestis, también de homosexuales dispuestos a todo por dos billetes, garabatos mal hechos de genitales masculinos y, también, de cuerpos femeninos un tanto deformes. Siempre hay algún teléfono o señal en clave, una frase brutal dicha con las palabras justas, y, más allá de todo, el inconfundible olor de la vida sin adornos. Salí del sitio impregnado de algo oscuro y aceitoso. Pensé en la pureza de los museos de arte y los barrios de lujo. Pensé en las charlas notables e instructivas de la Feria del Libro. Pero no me engaño. La verdad, si es que está en alguna parte, nace y muere en los baños públicos.
L.

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