Si las madres gobernaran el mundo ese mundo sería, quizás, un poco mejor. Una madre no pierde tiempo en tonterías. Pone el cuerpo en todo momento. Lo pone para aparearse, lo pone para gestar un nuevo ser en sus entrañas íntimas, lo pone para criarlo. Es cierto que puede haber hombres alrededor. El hombre ayuda pero solamente eso. Y no es posible negar su modesto pero nada desdeñable papel en el coito. Lo demás, sin embargo, queda a cargo de la madre. Ella pone la teta, la leche, el sueño atrasado, la angustia. El esfuerzo no será luego reconocido por el hijo. Pero en ese momento la especie garantiza su continuidad. La madre, finalmente, sabe todo porque no le queda otro camino que saberlo. Vive un mundo difícil pero tiene fuerzas para soportarlo. Se dicen demasiadas cosas triviales sobre la cuestión. El día de la madre especialmente. Todo tipo de formalidades destinadas a quedar bien con la sociedad. Algunos hasta dan el asiento en el bus a las embarazadas. Pero no nos engañemos. La madre está sola de toda soledad. Y si el hijo nace, vive, habla y crece es porque ella, aún sin pensarlo, lo decidió así.
L.
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