Enseñar es difícil. Es, sobre todo, una escena teatral. Los alumnos hacen como si fueran alumnos y los profesores creemos ser dignos de ese nombre. Pero una vez en situación, con la pizarra atrás y el alumnado adelante, el maestro no sabe qué hacer. Siente, por un lado, la inutilidad de su gesto. Busca entre las caras al menos una que muestre interés. A veces no la encuentra o cree que no la encuentra. Se supone que cualquier cosa es más importante que el show realizado en el aula. Está la idea dominante de que la fiesta está en otra parte. El maestro se esfuerza por negar esta última intuición. No hay fiesta, dice. No hay otra parte, dice también. La vida es ahora o nunca. Suena el timbre y listo. Y el río, donde nadie se baña siquiera una sola vez, sigue su curso largo y misterioso.
L.
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