viernes, 27 de abril de 2012

Ser diferente

Ser diferente no es un pecado grave. Tampoco un atentado contra la moral. No hablo de enfermedades mentales o físicas, tampoco de tamaños distintos de genitales o senos. Ni siquiera de conflictos culturales. Hablo, como diría Stendhal, de la audacia de no ser como todo el mundo. Lacan, el seguidor de Freud, era un poco así. Desconfiaba en general de los ideales, de las utopías, de las leyes de la historia, incluso de la idea instalada del amor. Podría decirse que Lacan estaba en contra de todo lo que está a favor. No era un revolucionario en el sentido moderno de la palabra. Era más bien un subversivo. Sabía que lo que se gana por un lado se pierde por otro. Se oponía a la adaptación y apostaba a la transformación. De algún modo él y su teoría causaron un daño terrible a la idea de tradición. Tuvo la audacia de no ser como todos y encima jactarse de ello. Al hacerlo se ganó muchos enemigos. Pero, también, unos pocos pero fieles amigos. Y esto último, en definitiva, es lo que vale.
L.

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