jueves, 19 de abril de 2012

Los suicidas

Los suicidas erotizan la muerte, la idealizan, la ven como algo extraordinario. Dado que así piensan se acuestan con ella, lamen sus huecos más húmedos, se entregan con ganas a la experiencia final. Un ejemplo recurrrente cada vez que se habla del tema es el de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. Ella, enamorada de las lilas y la muerte, no se conformó con los versos. Quería más y se dispuso a vivirlos en carne propia, es decir, la muerte encarnó en ella y, en fin, para qué seguir. Hay otro caso ilustrativo de la íntima relación entre sexo y suicidio. Es el del gran autor italiano Cesare Pavese. El hombre, un desamparado sin casa y sin mujer, padecía, por si fuera poco, de eyaculación precoz. Lo cuenta él mismo en su diario íntimo. No es aventurado pensar que alguien imposibilitado de contener su esperma en la hora clave termine matándose en un hotel de Turín. El hombre no podía ni pudo esperar. No tengo nada contra los suicidas. No los considero réprobos aunque sí asesinos tímidos. Mezclan todo. Arrojan el bebé junto al agua de la bañera. Los suicidas deberían cambiar de técnica y aparerarse con mujeres, o con hombres según el caso, cocinar, producir obras de arte, hacer yoga, etcétera. Las ideas son problemáticas. No habría que idealizar ninguna cosa en realidad. Mejor adoptar el conocido lema de Gramsci. Pesimismo en la idea / Optimismo en la acción. Seríamos todos, también los suicidas de alma, gente medianamente feliz.
L.

No hay comentarios:

Publicar un comentario