Anoche intenté hablar con Grusswillis, mi gato, acerca de los sentidos del lenguaje. Me dijo al respecto que se sentía desorientado por completo. A modo de ejemplo me dijo que la palabra gato, para él, carece de significado. Dado que pese a todo es culto me aclaró que los animales viven aturdidos, que no entienden el mundo, que ni siquiera saben qué quiere decir techo, agua, perro, piedritas. Repliqué de inmediato diciéndole que si podía nombrar esas cosas algo sabría de su contenido. Pero Grusswillis es obstinado en las discusiones. Son palabras sin sentido, dijo mientras lamía una de sus patas. Vivo en medio de la niebla sin entender la palabra niebla. Ni por aproximación. La conversación se tornó imposible. Le pregunté qué sentía cuando copulaba con la siamesa, una gata de los techos que le gusta especialmente. Nada, se apuró a decir. No siento nada. Me faltan las palabras del sentir. Lo hago y ya. Perdí la paciencia. Le dije que no tenía tiempo de seguir hablando con un gato de semejantes tonterías. ¿Qué significa tonterías?, preguntó.
L.
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