martes, 24 de abril de 2012

La vida ordinaria

La vida ordinaria no es tan linda como la extraordinaria. Entrar a un templo tiene más encanto que entrar a la casa, nuestra casa, ir al baño no del todo higienizado, limpiar el pis del gato en el patio, cocinar, hacer la cama que quedó sin hacer a la mañana, etcétera. Por eso gustan tanto los viajes. Estando lejos todo parece nuevo, los hoteles son limpitos, los paisajes perfectos, la vida es dos veces vida. La calle del barrio, en cambio, no es más que eso. La calle del barrio. Y encima duerme un mendigo borracho y sucio en la esquina. La gente es fea, los sueños se vienen abajo, en fin, para qué seguir. La vida ordinaria es efectivamente ordinaria. Y a la extraordinaria no hay con qué darle. Pero subsiste algo en lo común, en lo de todos los días, que no tiene comparación con nada. Y es justamente en ese algo cotidiano y chato y feo y mugriento donde Dios, o algo que se le parece demasiado, asoma sigiloso y leve entre las grietas.
L.

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